martes, 4 de diciembre de 2012

I

El tema del vacío en las palabras alimenta mi lenguaje. Sueño con acorralarme, acorralarte entre sonidos del tiempo en mi verso medio vacío, medio lleno, pero al fin en medio del universo. Te levanto en la escritura tambaleante, como mi risa, mis manos y mi cuerpo desfalleciente; te elevo en el éxtasis de mi voz sin ruido, sin ritmo, de casi ultratumba que anhela y rechaza una vida demasiado incoherente. Te llevo como a todos en un sobre del correo que nunca ha llegado hasta mi puerta, y me pregunto qué será de ti y del resto de los humanos. Me siento a escuchar las palabras de nadie, porque nadie HAY. La verdad es que no espero una iluminación reveladora de mensajes secretos, pero al menos un silencio que me sofoque la vida hasta permitirme un bello jadeo entre el jaleo de la rutina. El cemento donde me siento, a veces es demasiado débil y se derrite a penas lo miro. La verdad es que ya nada importa. Tengo lo que hace falta y no me sobra nada; tengo el dominio de mis manos en la hoja en blanco, la mente desafiante de una verborrea tipográfica indigna, pero no importa, porque existe. Así cuenta, tal como yo soy y seré hasta que la muerte lo quiera. Me emociono y desfallezco de ilusiones, acaso no es eso lo que cuenta? Me hago el amor en EL lenguaje, el único que hay; es bello y fortuito, es mi amante inconcluso y esquivo. A veces, es frustrante porque no me entrega nada a cambio y yo espero demasiado de la interpretación. Mi contexto ya no importa y ya no existe el trasfondo ni la causalidad del asunto, simplemente permanezco en el éxtasis de la ilusión momentánea. Espero que la resaca se apiade de mi sintaxis y me suplique un par de últimos orgasmos