lunes, 6 de agosto de 2018

La degradación del hombre en la justicia moderna

“En la colonia penitenciaria”, de Franz Kafka, es un relato breve donde se cuenta un episodio ocurrido en una isla, y que se inicia cuando un viajero llega al lugar respondiendo a la invitación de un comandante para presenciar la tortura y ejecución de un soldado, que está ante tal situación por haber desobedecido las órdenes de su superior. Los personajes principales que Kafka nos muestra pertenecen a un cuerpo militar; el soldado, el oficial y el comandante, además del viajero, cuyas apreciaciones y movimientos narrativos atraen la mirada del lector hacia el condenado y la máquina, que se encargaría de masacrarlo en un primer lugar, pero que sin embargo termina destinándose al oficial que se auto elimina con su preciado aparato de muerte.

El contexto histórico del relato está marcado por la hegemonía de las potencias europeas y su deseo de expansión territorial, que más tarde se tergiversaría, convirtiéndose en un despiadado imperialismo y lucha de poderes que darían pie a que el ambiente se fuera enrareciendo, hasta llegar a convertirse en uno de los factores determinantes de la Primera Guerra Mundial. La narración alude a algunos de los principales conflictos humanos presentes durante el siglo XX, como por ejemplo el perfeccionamiento de las técnicas de la industria y de las máquinas de guerra para castigar al enemigo; el enfrentamiento de las diferentes culturas en una lucha ideológica y política; el poder de quien somete a otros arrogándose una falsa justicia en la masacre del cuerpo y la destrucción del alma; en definitiva, una yuxtaposición de fuerzas que se tambalean entre la civilización y la barbarie.

Kafka es uno de los representantes de los movimientos literarios de vanguardia, quienes rompen con los valores del siglo XIX y su tradición artística. Para Kafka es más importante buscar nuevas formas del relato, donde el lector se vea involucrado en la producción de sentido de la obra. La obra literaria para Kafka está dotada de vida infinita que se renueva cada vez que el lector le da un sentido. En relación con este relato, se lleva al extremo el contacto con el lector a partir del shock, que se activa en función de las imágenes macabras que se presentan. Como cuando el oficial se somete a la maquina: “El oficial abrió las manos, pero en ese momento ya se elevaba hacia un lado el rastrillo con el cuerpo atravesado […]. La sangre corría en cientos de chorros […], el cuerpo no se desprendía de las púas largas, se desangraba, pero permanecía colgado por encima de la fosa sin caer”. El impacto que conlleva estas descripciones invita a que el espectador no se quede indiferente ante lo que se le muestra.

El eje temático que mueve la narración está dado por la relación de cercanía que mantiene el oficial con la máquina que maneja. El poder coercitivo que ejerce mediante ella para infligir sufrimiento a los demás, lo alienta al deseo de control sobre los cuerpos ajenos y sobre el suyo, para no ser manejado por otros. Su objetivo es adjudicarse la justicia y el poder, afirmarlos constantemente, incluso cuando decide acerca de su propia muerte. Las tareas del manejo de la máquina podría ejercerlas un maquinista, “pero el oficial las llevaba a cabo con gran celo, bien fuera porque era un especial adepto de aquel aparato, o porque, por otros motivos, no se podía confiar el trabajo a nadie más”. Es el deseo de superioridad lo que impulsa su labor.

En la colonia, la organización de la justicia (o injusticia) de los castigos, como también la planificación de la tortura, está en manos de un solo hombre. El oficial es quien reúne todos los poderes, es quien representa al comandante anterior, pues colaboró con él y de él ha heredado el cargo. El comandante ha muerto, pero el oficial dice: “nosotros, sus amigos, sabíamos ya, a su muerte, que la organización de la colonia está de tal modo cerrada en sí misma que su sucesor, aunque tuviese miles de nuevos planes en la cabeza, al menos durante muchos años no podría cambiar nada de lo hecho por el viejo”. Y al final del relato tenemos la intuición de que este comandante es perenne, por la inscripción en su lecho de muerte y según la profecía de que “resucitará después de cierto número de años y, desde aquí guiará a sus partidarios a la reconquista de la colonia”; y que la organización del sistema de muerte siempre estará en las manos de un solo hombre que se adjudica a sí mismo todos los poderes. Aunque haya un nuevo comandante, la maquinación pertenece a uno solo, al comandante anterior; la injusticia parece ser eterna.

“Otros juzgados no pueden regirse por este principio porque están constituidos por muchas personas y tiene por encima de ellos instancias superiores”. El poder del oficial es despótico, tiránico y lo ejerce porque es su deber. Para el viajero, el uniforme que utiliza el oficial es demasiado pesado y asfixiante, en cambio para aquel, los trajes “significan la patria, no queremos perder la patria, [dice]”. Su amor por la máquina está dado por el respeto y apego que siente con respecto a este lugar, es su justificación moral para matar. Pero al mismo tiempo, su obsesión por lavarse las manos constantemente, denotan una culpa que le es inherente, y que tal vez la lleva de manera inconsciente hasta antes de su muerte, que es cuando la deja relucir. Cuando hubo determinado su auto aniquilación, “le entristeció el hecho de que ahora no podía lavarse las manos” y “comenzó a desabrochar su uniforme”. Tal vez ahora el peso de la patria sí le parecía demasiado grande, y quiso expiar sus culpas mediante este acto.

El enfrentamiento del poder no solo está dado por el debate acerca de quién maneja la justicia, sino que también por la oposición de la civilización y la barbarie. Antes y durante el colonialismo, el contacto con países lejanos era frecuente, la mirada de las culturas civilizadas hacia la otredad se hacía de una manera despectiva, supuestamente eran inferiores y salvajes. Que el condenado no haya respetado las órdenes de sus superiores, es decir que haya diferido de su razonamiento o ideología lo convertía en un salvaje; después de haberlo descubierto durmiendo y de golpearle la cara, “en lugar de levantarse y pedir perdón, el hombre cogió a su señor por las piernas, le zarandeó y gritó: «¡Tira el látigo o te devoro!»”. Su castigo se debe a la desobediencia a la autoridad, pero también a un salvajismo monstruoso. Por lo tanto, merece la degradación del cuerpo hasta llegar a adoptar la sumisión y un grado de deshumanización que lo denigra, desde la desnudez hasta la pérdida de todos sus derechos.

El viajero ante estos hechos es un simple observador, “mostraba poco interés por el aparato”, solo hasta que empieza a conocer la condena dice desaprobar el procedimiento, pero se reprocha a sí mismo y le dice al oficial “estaba claro a quién tenía que dirigirme en primer lugar, naturalmente al comandante. Usted me lo ha hecho más evidente todavía, sin, por ello, haberme afianzado más en mi decisión […]”. Aunque parece haber sido invitado a la isla para enjuiciar y vigilar el sistema que el actual comandante parecía no aprobar, el oficial señala con respecto a él”: “a pesar de que su poder era lo suficientemente grande como para adoptar medidas contra mí, no se atreve todavía, pero sí pretende someterme al juicio de un extranjero, en su opinión, ilustre”; su voluntad moral e ideológica es débil.

A pesar de que se la ha señalado como el representante de la civilización, un hombre ilustrado y racional, su actitud pasiva refleja que realmente no desaprueba la pena de muerte que representa el aparato, aún más, se va de la isla en su embarcación y regresa al mundo europeo abandonando al mundo “incivilizado” y a los “salvajes”, a los condenados, los marginados del sistema de la justicia racional. Ellos “todavía podrían haber saltado a ella, pero el viajero cogió del suelo una pesada cuerda con nudos, les amenazó con ella, y así les impidió que saltasen”.
Kafka retrata y hace que nos enfrentemos directamente a la violencia punitiva del cuerpo humano en todas sus formas y no solo en la de este condenado y salvaje. Los personajes no tienen nombre, ni identidad, son un sustantivo común, lo que nos hace pensar en la degradación de las personas en general, como un conjunto. Es una tendencia social de las involuciones de la modernidad; no hay rasgos individuales en este nuevo hombre moderno, solo la oportunidad de castigar al otro anulando su identidad. Al condenado se le rebaja hasta el límite infrahumano; luego de sufrir los dolores de la tortura ya no tiene fuerzas siquiera para expresar su sufrimiento. Por ejemplo, en esta parte del procedimiento: “Aquí, en esta escudilla […], se pone una papilla de arroz caliente de la que el hombre, si quiere, puede tomar la cantidad que consiga atrapar con la lengua”.

El cuerpo del condenado debe ser castigado, porque como se dijo anteriormente, ha desafiado a su superior. La autoridad para el oficial es el comandante anterior, quien confeccionó el engranaje funcional de la máquina, pues él es quien representa la ley. “El oficial ama la máquina porque ama a la antigua ley […]. El condenado paga con su sangre, íntegramente, hasta el agotamiento: paga con su vida la autoridad de la prescripción olvidada, violada”. El oficial anhela que esta antigua justicia sea permanente, por lo tanto, tras ver que el viajero no termina de convencerse del procedimiento, la eterniza sobre su propio cuerpo. El viajero, en ese momento piensa que “entonces el oficial actuaba ahora de un modo absolutamente correcto, él en su lugar no hubiese obrado de otro modo”; también hubiese defendido su concepción de justicia. Esta justicia anterior, cuyos castigos se aplican directamente sobre los cuerpos parece haber perecido en la modernidad, sustituyéndose por un sistema penitenciario que se escuda en formas más sutiles de castigo, pero que sin embargo continúan la degradación del hombre.

jueves, 2 de agosto de 2018

Descenso horizontal

Día 0 de un mes no sé cuál del año qué importa
La casa sudaba una brisa suave caída a la tierra amarillo escarlata
El nogal erguía sus pies asomando sonrisas blancas
El perro movía la cola
Y todo era ecos azules repeticiones cuadradas repeticiones azules
Repeticiones
La mesa bien puesta siempre a cortinas cerradas
Sentados en la mesa bien puesta los muertos
Los muertos bien puestos a comer salud amén.

El perro ladraba serpenteaba su cola
La casa mostraba la lengua
Lloraba
Entre las sombras el árbol sacaba silentes sables sudados de sangre
Socorro
El árbol de hojas dentadas que recibía las lágrimas
Mostrando en cada gotita mil rostros y he ahí al padre
Lo vi
No podía desertar de la tierra de su boca
No podía ahora armarme sin general incubado entre los muertos
No pude abrir la boca y llorar
Las serpentinas del silencio se metieron por mis ojos
Qué palabras, padre, te dije
Ladraste y exigiste las lecciones de a e i o u
Me educaste por el padre el hijo y el espíritu santo
Pero, ¿qué hiciste, padre, con el padre?
¿No ves que me llaman guacha?
¿No ves que no tengo rostro
Que no me ven
Que no me veo
Que estoy vacía de soplos salvajes o violentos o tiernos
En mí
Vacía de santos vivos
Vacía de padre?

Del padre al vacío me hago

¿Por qué nos trataste de muertos en tu propia tumba de hombre?
¡Ay, padre!
¿Qué hiciste con los brotes de tu árbol?
Incendiaste la hojarasca y te burlaste
Nos insultan
Nos dicen hijos de
padre
Hijos de Puta

El frío galante en ausencia y presencia me tuerce el pescuezo
Se cuela lo azul en el verde de mi fruta inmadura
La serpiente muda su piel en mí
Pero yo
Yo busco busco otras pieles embrionarias desde Arica hasta Punta Arenas
Cepillo mi silencio gris y enfundo mi almohada
Punteo mis íes con otras desolaciones bien robustas
Yo soy la carne hincada que busca los huesos en el suelo infectado
María y José hagan su Jesús en mí
En espasmos en mí
Amén
Jesús entra en mi templo con tu cruz negra
Entra bien adentro y encógeme
Busco espíritus y santos en los hijos
Busco cruce y fricción de los cuerpos
En el nombre del padre
Por los padres de los padres
Amén

Santificadas la puta y la guacha arrodilladas lloramos
Piedad– Y maldecimos–
El perro que aúlla sonríe al árbol enraizado
Le pago en monedas de sangre bien coagulada
Ahora tengo un tejido
Tengo un ramaje estomacal bien uncido
Bien estriado bien armado lo amo
Amo al perro que llora
Amo a la puta y al padre que me hicieron bien guacha
Los amo

Aquí mismo me marcho a mi misma
Me escapo por los escombros despeinados de mi sur
Me arrullo en la tierra que abandona mi norte de pasos
Me habito despacio de luces de colgajos tejidas
Ahora dejo la cuna caliente
Abandono la tumba que espera por ti